Espero con muchas ganas los últimos jueves de cada mes. Ese día participamos con un grupo de personas de nuestra parroquia, de un apostolado muy bonito. Casi todas son personas mayores de 60 años, pero con el espíritu y las ganas de un joven. Ese día, ellos trabajan todo el día cocinando y preparando la cena para las personas que viven en la calle. Por la noche salimos en una camioneta que ellos alquilan, a repartir café y panes con “casamiento” (arroz con frijoles).
De este apostolado, lo que más me admira, es la generosidad de nuestros amigos de la parroquia. Ellos no tienen mucho, trabajan de sol a sol, su vida es muy precaria, sin embargo siempre hay un poquito más para compartir con el que más necesita. Pero no solo comparten de lo poco que tienen y les cuesta todo un día de trabajo, sino que se olvidan de que están enfermos o cansados, de que les duele esto o lo otro, dan sin escatimar.
Como Don Armando y su esposa, él trabaja todo el día y cuando termina sirve en la parroquia y lleva la comunión a los enfermos. Ella lo sigue, y ni su brazo paralizado ni su renguera le impiden cocinar toda la tarde; o el otro Don Armando que se levanta a las tres de la mañana para salir a la calle a vender el diario; o Niña Chunguita que vende verduras todo el día en el mercado desde muy temprano. Nada los para, ni la lluvia.
Doy gracias a Dios por encontrarme con estos corazones tan generosos, que no se encierran en sus necesidades y sufrimientos, sino que están ahí, atentos y deseosos de servir.