Lucimari, una joven de 23 años que nos recuerda cada dÃa, fielmente, el sentido de nuestra misión. Ella está a cargo de su abuela, pero prácticamente se crio con los tÃos del Punto Corazón. Desde pequeña ha estado presente en la vida de cada uno de los misionarios que han pasado por esta casa, y ahora lo está en la mÃa.
Después de que superó su edad para venir con los niños del barrio a las permanencias y de proponerle que venga a cualquier otra hora, llega todos los dÃas en la mañana con alguna excusa, como la de ayudarnos a cocinar o a limpiar la casa. Lucimari prefiere lo que sea con tal de quedarse aquà con nosotras un ratito más. Incluso si llega en la hora de adoración prefiere estar en silencio, intentando pedir, no haciendo nada, durmiendo o aburriéndose con tal de estar a nuestro lado. Después del almuerzo, llega puntual para rezar el rosario y después nos persigue gritándonos que quiere visitar con nosotras o ir a donde vayamos. Es que tiene una sed interminable de compañÃa, de alguien presente; pero no de cualquier alguien (porque nuestro barrio bien podrÃa ofrecerle otro tipo de compañÃa) sino de esta presencia que sabe que le hace bien sin saber claramente cómo ni por qué.
Pero, ¿qué serÃa de nosotras sin la visita de Lucimari todo el dÃa, todos los dÃas? Si es de la persona que más aprendo aquÃ, es la que más exige de mÃ, de cada una de nosotras y que cuando parece que soy yo la que tengo compasión de ella, me dice alguna frase o me da algún abrazo que demuestra que es ella quien tiene compasión de mÃ, de nosotras.
No solo Lucimari llega a nuestra casa solo para estar, sino que cada mañana, tarde o noche recibimos una o varias visitas que dan la impresión de un sin sentido, pero que de inmediato nos hace disfrutar del hecho de esta compañÃa, a veces silenciosa. Adentrándonos asÃ, cada vez más, en el significado real de PRESENCIA.