Rita paso mucho tiempo sin trabajar, con la preocupación de cómo seguir manteniendo a sus hijos, que a veces nos tocó escucharlos decir que no tenían que comer ese día. Hace unos meses, le conseguimos un trabajo de limpieza en una casa. Ella estaba tan feliz, vino a buscarme para contarme cuando tenía la entrevista, y mis ganas de rezar para que lo consiga eran tan grandes. Finalmente Dios me escuchó y la siguiente visita que tuve de ella fue para contarme que consiguió el trabajo. Compartir su alegría fue realmente una gracia para mi corazón.
Pero también, en su silencio, ella vive un dolor muy grande por su situación económica, por el abandono del papá de sus hijos y principalmente por el embarazo de su hija adolescente. A veces me lo cuenta en palabras, pero muchas otras se puede adivinar el sufrimiento en su cara y escondido atrás de un “yo estoy bien, y tú?”.
Cada vez que tengo un tiempito libre paso a verla, aunque sean unos minutitos. Ella siempre dice “gracias Mili por acordarte siempre de mi”. Esas palabras que vuelven a recordarme que más que el dinero, Rita (y todos nuestros amigos) necesitan sentirse valorados por alguien más, necesitan una presencia que les muestre que son verdaderamente importantes porque existe un Otro que los ama mucho.