Mi nombre es Agostina, tengo 21 años, vivo en Córdoba y estoy estudiando Trabajo Social. En enero tuve la gracia de viajar dos semanas a la casa de las Hermanas de Guayabo, un pueblo a tres horas de Lima, la capital en Perú. Estuve acompañándolas en tres campamentos de niños y niñas de diferentes edades que pasaban por la casa viviendo una experiencia en Dios. Para mi cada día en este lugar fue una bendición! Cada nuevo despertar me encontraba con una nueva experiencia, una nueva historia de alguna realidad de algún niño, y sobre todo, de mucho amor que me regalaban cada persona que llegaba al campamento. Cada día era descubrir un rostro de Dios. Pude verlo en cada encuentro con ese otro que me invitaba a conocerlo, a jugar, a intercambiar cultura, a compartir un mate aunque no gustase mucho, a hablar a través del idioma universal del amor: la fe.
Durante estos días, en Argentina tuvieron que operar a una de mis hermanas. Al comentar esto a unas adolescentes en un centro de rehabilitación para menores que fui a visitar con una Hermana, las chicas se preocuparon por mi y mi familia, y me ofrecieron un rosario y su oración sincera. Al volver al campamento después de esa tarde, mi corazón estaba muy feliz! ¿Cómo era posible? entre tus realidades, dolores, debilidades y tristezas, se abrieron a escucharme y ahí fui cuando sentí esa caricia de Dios.
No sabia muy bien con que me iba a encontrar en este viaje, ni en que iba a poder ayudar, y en esos días descubrí una presencia hermosa de un Dios que me abrazó fuerte y me invitó a amarlo cada día más en lo profundo. Sin duda en mi corazón hay un lugar para Guayabo, para todas las personas que conocí y me enseñaron a disfrutar, orar y vivir cada día y servicio, entregándoselo a Jesús.
Me quedo con las niñas de un campamento cantando durante la misa con una voz llena de paz, esta frase de unas palabras de Santa Teresita: "Tú lo sabes, Dios mío, ¡para amarte aquí abajo no tengo más que hoy!"