Como les había contado a las 15hs dejamos la puerta abierta y comienzan a llegar los chicos, rezamos el rosario. Algunos solo se asoman para ver por cual misterio vamos y vuelven al rato, otros se quedan en el primero se van y vuelven y hay días donde rezan completo. Desde temprano tocan la puerta para preguntar cuándo vamos a abrir, saben el horario, lo conocen hace años, pero igual les gusta usar cualquier excusa para hablar un ratito o pasar por la casa, para pedirnos un vaso de agua o pasar al baño.
Tienen sus ojos tiernos y sus sonrisas picaronas. Pueden llegar a ser tan dulces donde se hace fácil amarlos y también hay casos distintos donde Dios puede ponernos a prueba.
En el momento de jugar hay tardes donde se disfruta de ellos, pero a veces sinceramente me ha pasado entrar a buscar el juego o las hojas que quieren y mirar la hora para ver cuánto falta, entrar a la sala de niños donde tenemos los juguetes y pedirle a Dios: “Si me trajiste acá, por favor dame paciencia porque no tengo, enséñame a amar porque con lo que tengo no puedo” sobre todo con las adolescentes. Hubo días difíciles, donde podía preguntarme qué hacía acá, sólo sentía rabia hacía ellas, en especial con una de las chicas.
Me decía a mí misma: está gritando por atención, hay falta de amor, pero sentía que no podía amarla.
Vivir eso me ayudó a recordar, que cuando amo no soy yo, no es con mi fuerza, no es con mi capacidad, sino con la fuerza y capacidad que Él me regala. Aprender a mirar distinto al otro, dejar que sea la posibilidad de crecer en amor y paciencia.