De Candelaria, Brasil:
El corazón volvió a estrujarse cuando visitamos a Anita, quien tiene casi mi edad y es epiléptica, en un contexto con mucha falta de acceso a la salud y a la información, muchas veces es juzgada de loca, pero pese a las adversidades se deja amar por Dios y la sigue remando.
Antes de entrar en su casa, como la mayoría de las veces, dejamos las ojotas en la puerta, símbolo que me hace recordar una y mil veces, como dice Martín Descalzo, la importancia de descalzarnos para entrar en el otro, hacernos vulnerables, uno se hace pobre ante el otro, no tengo mucho para dar, más que mi corazón, mi presencia... y así es que el encuentro de corazón a corazón se convierte en un momento de comunión, en un instante de eternidad, que es fuente de sanación para las dos.
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