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  • Mauricio, Italia

Delante de Padre Pio

Actualizado: 14 ene 2022

Hace 8 meses el hermano del medio, Salvatore, tuvo un dolor de oído muy fuerte mientras trabajaba. Salvatore era discreto y la referencia de toda la familia: arreglaba los electrodomésticos cuando se rompían, jugaba con los más chicos cuando estaban aburridos, trabajaba con mucho sacrificio en un “chino” vigilando que las personas no se llevaran las cosas sin pagar. Este dolor de oído que parecía poca cosa, al final era consecuencia de una leucemia. Este diagnóstico fue como un trueno en cielo sereno para todos los de la casa. No solo por la enfermedad, sino porque con las normas Covid tenía que estar solo en el hospital, sin el apoyo y la presencia de la familia.

Para la mamá fue muy difícil: tener un hijo enfermo es una cosa terrible, pero no poder estar cerca, no poder abrazarlo cuando lloraba por el dolor, no poder escucharlo respirar mientras dormía, era la cruz más dolorosa.

A pesar de todos los tratamientos las cosas no iban bien, así que los médicos le propusieron hacer un tratamiento innovador en una clínica un poco lejos de Nápoli, en la ciudad de San Giovanni Rotondo.

Para muchos de ustedes esta ciudad no es desconocida: es la ciudad donde vivió y murió Padre Pio da Pietrelcina.

Así que, en el auto de la familia, fuimos hasta San Giovanni Rotondo a llevarlo. Hacía algunas semanas que no lo veía a Salvatore, porque los médicos habían prohibido las visitas por los contagios Covid en aumento, y lo encontramos muy cambiado: tenia parálisis facial, no podía casi caminar y no hablaba.

La madre, entonces, le dijo: “ma prima di lasciarlo, abbiamo bisogno di portarlo da Padre Pio, perche da lui dobbiamo pregare” (pero antes de dejarlo, necesitamos llevarlo hasta Padre Pio, porque donde está él tenemos que rezar). Bajamos todos juntos hasta la cripta del Santuario donde está el cuerpo de Padre Pio da Pietrelcina.

No sé cómo explicarles este momento: fui testigo de toda una familia: padre, madre y los dos hermanos, uno en pie y el otro en la silla de ruedas que miraban y pedían. Sólo se veía que movían los labios mientras los ojos estaban fijos en el ataúd. Sin ningún movimiento visible se sentía un grito que salía del corazón de cada uno, que pedía, que suplicaba que intercediera con una fe que podía mover realmente montañas.

Cuando volvíamos a Afragola, la mamá de Salvatore me decía emocionada que volver sin su hijo a casa era doloroso, era como abandonarlo, pero esta vez estaba segura de una cosa: “lo ho affidato nelle mani di qualcuno che puo piu di me” (lo deje en las manos de alguien que puede más que yo).

Y cuando algunas semanas después Salvatore no consiguió superar la leucemia, a pesar del dolor sin par de los padres, su papá me dijo que el difícil viaje hasta San Giovanni Rotondo y la separación física con el hijo, le habían permitido comprender que este sería el que los esperara junto con Padre Pio en el paraíso: “perche li saremmo tutti insieme come la famiglia che siamo” (porque ahí estaremos todos juntos como la familia que somos).




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