Durante el tiempo de Adviento tuvimos la oportunidad de ir a visitar una cárcel de mujeres(…) Ya estábamos por irnos, y me sentía cansada, pero a la vez, sentía que Jesús me pedía que me acerque a una persona más, a una mujer que estaba allí sentada con un ojo vendado. Cuando comenzamos a hablar, ella empezó a llorar a mi lado porque no podía ver a su hijo desde marzo. Imagínense el dolor de esta mujer que dejó a su bebé de algunos meses, pensando que ahora ya debe estar mucho más grande, pudiendo caminar, quizás hasta hablar, y para quien su mayor temor es que su hijo no quiera volver a estar con ella. Su incentivo para luchar cada día era él, pero ahora ya ni siquiera tiene noticias suyas…
Fue en ese momento cuando me di cuenta el gran dolor que Dios siente cada vez que nos alejamos de Él, y cómo teme que no volvamos a sus brazos. En el dolor de esta mujer estaba Dios, ¡y se hizo tan patente!
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