Unos días después, me tocó cuidar a un niño vecino en el hospital, luego de una segunda operación en su pierna quien estaba muy adolorido a pesar de estar con calmantes. Durante el tiempo que permanecía despierto, trataba de distraerlo con juegos o hablando, pero nada era efectivo, las palabras tampoco eran suficientes. No podía hacer nada para calmar su dolor; simplemente podía acompañarlo, consolarlo y acariciar su rostro. En ese momento comprendí más de cerca el sentido de mi misión: ser presencia. Simplemente el estar. Frente a tanto sufrimiento sólo logré ser presencia y consolar de la mejor manera que pude.
Fue imposible no preguntarme humanamente por qué Thiago tenía que pasar por tanto sufrimiento, siendo tan pequeño. No tuve las respuestas definitivas a mis reflexiones y a lo mejor nunca las tenga. Sólo puedo afirmar que Dios se hace presente en medio de tanto dolor, aunque a veces no lo podamos ver o sea imperceptible para nosotros.
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