De a poco pude ir entendiendo la cotidianeidad de mi nuevo barrio, conociendo algunas costumbres e historias, acostumbrándome a la música alta a todas horas, a los diferentes ruidos del puerto y de los vendedores ambulantes.
Las personas que viven acá tienen muchas veces historias tristes, pero han podido superarlas. Me sorprende su fortaleza y cómo siguen manteniendo una sonrisa, cómo se alegran de vernos, cómo nos agradecen sólo por el hecho de visitarlos un momento, cómo nos comparten de lo poco o casi nada que tienen, gastando su escaso dinero en comprar algo para comer o tomar cuando llegamos a sus casas. Hay una sencillez y humildad de corazón en estas personas que es muy lindo de ver; tienen una generosidad en compartir su comida y velar por sus vecinos.
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