De la última carta de Sofía en Ecuador:
Y aquí me encuentro… en los renglones de mi última carta, en compañía de Jesús Sacramentado que se esconde en el Sagrario de una pequeña capilla que privilegiadamente tenemos en nuestra casa; con el fondo de la música fuerte en el barrio, la risa de los vecinos que se sientan afuera de su casa a compartir momentos en familia, el grito de los niños en cada rincón que mi oído alcanza a escuchar… niños que juegan, que también lloran y gritan, pero que siguen siendo niños, mis niños… ¡mis maestros! Nunca hubiese pensado que estas cosas tan simples, estas personas tan pequeñas, tan sufridas, pero tan completas, con deseos de dar y darse, me educarían tanto para la vida, la vida que comienza en la tierra y continúa en el cielo sin fin. Son estos seres, que me hicieron comprender para qué estaba hecha. Porque en la experiencia, la gran experiencia de amarlos, comprendí que estaba hecha para el cielo, el cual sólo puedo alcanzar en el duro y bello camino del amor.
Finalizó esta gran misión que generosamente Dios puso en mis manos, su generosidad que precedió a la mía siempre, porque en ella Él no se deja ganar. Él, siendo yo tan pobre y limitada, se inclinó a darme, y en eso tan grande que me dio, junto se dio Él: en los pequeños. El se encarnó en la humanidad y en ella pude palparlo: abrazando a nuestros niños, consolando a un amigo triste, amando y perdonando a mi comunidad, mirando cada rostro en toda su profundidad… Toda una gracia que nunca termina, una gracia que me realiza. Vine a la misión pensando que podía ser capaz de amar como lo deseaba mi corazón, o que era fácil hacerlo, pero me voy con la bella lección de que si puedo amar es porque Dios me amó primero, porque Él elige amar en mí. Hay una total dependencia de Cristo.
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