Elisa es una amiga. Amiga es decir mucho, pero sí, puedo decir que ahora es mi amiga. Desde el primer momento he deseado poder hablar con ella, poder ayudarla, poder preguntarle qué tal está y que me haga algo de caso, pero ¡tantas veces han sido en vano!
Yo sentía este deseo tan grande porque me sentía atraída por su tristeza, su falta de confianza con la gente, su falta de amigos, la falta de alegría en su rostro; todo me llamaba la atención para querer ser presencia para ella; pero ella no quería esta presencia.
Ella tiene unos 30 años y está paralítica de la cintura para abajo, y realmente es un ejemplazo porque hace todo por sí sola; cocina, baila, se ducha por sí misma.
El 23 de diciembre un gran reto llamaba a nuestra puerta, y ella estaba dispuesta a ayudarnos: teníamos que hacer galletas para 150 personas, ¡¡aproximadamente unos 400 dulces!! Todo en un día: hacer la masa, darles forma, freírlas, esperar a que se enfríen y empaquetarlos. Y contábamos con Molly, como freidora profesional; Elisa, manager del equipo y realmente la que sabía cómo se hacían las galletas; e Ichi, la amasadora y formadora de galletas. El Señor nos mandó un regalito en forma de niña para poder ayudarnos: Bábulu.
Fueron estas las 6h más intensas que he pasado cocinando galletas, pero las más bonitas también. Cansancio, sudor, sufrimiento y dolor. Alegría, compartir, amar y servir. Esto fue este tiempo, donde pude sufriendo junto a Elisa y a través de esto conocerla un poco más.
Con alegría y nostalgia me contó su infancia, su feliz vida con su familia y lo mucho que ama a su madre y lo mucho que desea una madre en el presente. Pude ver sus ganas de servir y de amar, de darse al otro, aunque con miedo, pero ese deseo vive en ella. Pude ver las ganas de que cuenten con ella, de tener amigos de verdad, el deseo de que alguien la quiera bien. Vi el deseo que todos los humanos tenemos, pude verlo en ella, y fue un inmenso regalo. Ella, que apenas me miraba y que muchas veces me miraba con cara de no querer ser mi amiga, en este momento desaparecía y se abría por completo a mí.
También pude ver su humildad y esfuerzo cuando vino a casa, una casa con escaleras, sin ascensor, donde tiene que arrastrar su cuerpo para subirlas. Donde tiene que confiar en el otro, y poner todo el peso de su cuerpo, en la fuerza de nuestros brazos. Donde tiene que ir arrastrándose por el suelo para poder llegar a la cocina. Donde llegar a la cocina era su Calvario, pero ella solo quería hacerlo por y para nosotras. Para servirnos a nosotras, para ayudarnos a hacer estos dulces para gente que incluso no conocía. Solo deseaba darse.
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