Cuando llegué, a los niños los saludaba permaneciendo de pie. Con un poco de miedo al rechazo prefería cierta distancia… Luego fui comprendiendo que lo importante era que ellos se sintieran amados, sin importar tanto cómo me sintiera yo. Cuando ellos iban agarrando confianza, podía ver como algunos desde lejos corrían a saludarnos, así sin dudar y para corresponderles con la misma dedicación empecé siempre que podía a arrodillarme para abrazarles… Pude ver como para ellos no era un gesto que pasaba desapercibido y misteriosamente se me reveló algo hermoso. De vuelta la pregunta “¡¿Y si es Cristo que pasa?!” Y experimenté que era ante el mismo Cristo ante quien me arrodillaba, en sus hermanos más pequeños.
Mariano (Honduras)
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