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  • Foto del escritorBasilia N., Senegal

Benditos sean los pobres de espíritu...

"Alegría, Alegría", es lo que grita nuestro amigo Joseph Ndour, apenas me ve. Jo está medio loco, más o menos según los días. Dice todo lo que se le viene a la mente, saluda a toda la gente en la calle y nos agarra de la mano cuando caminamos con él. El otro día caminábamos con la guitarra, en la calle repleta de vendedores, de carretillas, de polvo y de gente; esa calle que sirve de carretera cuando la muchedumbre acepta apartarse y vimos a Jo estaba esperando no sé qué, no sé a quién. Pero cuando nos vio se exclamó: «Punto Corazón, alegría, alegría». Y todo eso en español porque lo estudió en el colegio.


Me tomó de la mano y nos acompañó hasta la casa de Pa Pandour, un patriarca que dio su nombre senegalés a Mateo. Como no encontramos a nadie en su casa, seguimos a Jo que nos sirvió de guía hasta la casa de Juana de Arco. Pero en camino aprovechó para hacernos visitar a sus numerosos amigos. Entraba así, sin avisar, saludando la gente y nos presentaba. Nosotros tocábamos la guitarra para las familias que encontrábamos y nuestro amigo nos aplaudía con más fuerza que todos. En el camino estrechábamos la mano de todos los niños que, con apenas tres años, nos tendían sus manitas diciendo toubab con Jo, quien es como nosotros, su amigo. Saludábamos incluso a las ovejas que encontrábamos por el camino. No sé si este relato pinta bien la naturaleza de nuestro amigo medio loco, pero si así no fuera, quisiera decirles que él es el pobre de espíritu del evangelio. No posee nada, es transparente, no esconde nada retorcido en su corazón. Es sencillo, es solamente medio loco y extremadamente bueno.


Puntos Corazón Senegal

Martes fuimos a su casa porque Ephigénie nos dijo que lo había visto en la calle sin sus zapatos, un poco confundido. Así que fuimos a ver si estaba bien. Lo encontramos con la mirada ausente, incapaz de hablar, sentado en las gradas. Nos reconocía, pero es como que no estuviera presente. Su espíritu confundido buscaba cómo hablarnos. Por ejemplo, le dábamos el nombre de grandes autores franceses y nos nombraba todas las obras que habían escrito. Pero después se hundía de nuevo en el silencio. Cuando me despedí le estreché la mano con tristeza y me dijo: « ¡Bienaventurada la que creyó! ».

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