Un amigo anciano, muy cercano al Punto Corazón, falleció el domingo de la Ascensión. Tío René padecía de un cáncer y lo acompañamos en la última etapa de su enfermedad. Una tarde que íbamos al hospital, yo me había adelantado un poco y entré primera en su habitación. No tuve tiempo de saludarlo que él, levantando las manos, exclamó: «¡Dios te bendiga hija mía!». Y esas palabras estaban acompañadas de una sonrisa que iluminaba su rostro. Que René me diga eso, acostado en una cama de hospital, débil y demacrado, me conmovió hasta lo más profundo de mi corazón. Este hombre tenía una fe grande y luchó, con esa fe, contra su enfermedad. Cuando lo visitábamos nos decía que sufría pero que seguía dando gracias por el don de la vida. Sus funerales fueron los primeros que vi y debo decir que fue algo muy bello. Mucha gente había llegado, pero reinaba un profundo silencio durante la misa y luego en el cementerio, donde un cielo inmenso nos cubría haciéndonos creer que incluso la tierra de la tumba era celeste y que así Dios reina en todas partes.
Basilia N., Senegal
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