Matteo y yo fuimos a celebrar el cumpleaños de un amigo, llamado Silvère. Cuando llegamos a su casa, después de cruzar calles llenas de niños, ovejas, basura y arena, nos pusimos a cantar y a tirar petardos. Hablamos hasta bien entrada la noche, y Silvère nos compartió su experiencia de los misioneros de Punto Corazón. Nos dijo a modo de testimonio: "No saben cuánto bien hacen, con sus sencillas visitas, paseando por las calles y saludando a los niños. Mira, cuando vienen a verme me río todo el tiempo". Me conmovió mucho su testimonio y pensé que lo extraordinario está ahí, en el hecho de que una simple presencia pueda dar estos frutos.
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