Y por último, el valor de la amistad. Cuando ya terminábamos de bañarla y vestirla teníamos cada vez un momento muy gratuito. Ella, sentada en su sillón, nos cantaba y enseñaba sus canciones preferidas. Ese era un momento de profunda alegría, tanto para ella como para nosotras. Nunca faltaba eso… siempre las mismas canciones, como si nos cantara por primera vez.
Entonces… vuelve la pregunta ¿Quién dio y quién recibió? Y no hay respuesta. Es un Encuentro. Un encuentro en donde el Amor es el protagonista. Es Dios que me regaló esos encuentros inolvidables que van a quedar marcados en mi vida, en la vida de mis hermanas de comunidad y de esa anciana, cuya vida, tal vez para la sociedad, ya no tiene sentido porque no produce, no hace “cosas útiles”. Es ese Misterio que me acompañó toda mi misión y que me sigue conmoviendo tan profundamente cuando nos aproximamos y compartimos aquella pobreza de nuestros amigos. Con certeza “jamás seremos pobres como son nuestros amigos” pero se trata de compartir la vida y de intentar “descender más bajo” para aprender al menos un poco de ellos…
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