Ella padece de una enfermedad degenerativa, al igual que su mamá. Es una de las personas que me enseña mucho sobre el amor a Dios y la santidad del día a día, al ver cómo ofrece esta enfermedad al Señor. Para mí ella es “mi santa de la puerta de al lado” como dice el Papa Francisco. Tiene 36 años y comenzó a sufrir esta parálisis a los 15. Cada año se va poniendo peor. Nunca la oí quejarse de su condición, sino todo lo contrario siempre está con una sonrisa que es única y hermosa como ella. Este tiempo de cuarentena, cuando la iglesia estuvo cerrada, sufrió mucho, estaba triste lloraba por no poder ir a misa. Cada vez que la íbamos a visitar su único tema era cuando podía ir, y se nos partía el corazón al decirle que aún no sabíamos o que no podía porque es persona de riesgo. Ella nos dijo en unos de esos encuentros: “daría toda mi ropa, vendo todo lo que tengo, solo quiero ir a misa”. Ella solo quería estar con Jesús no quería nada más, solo quería una hora donde poder encontrarse con Él. Ella me enseña esa fidelidad, esa pureza de corazón que la hace bella ante los ojos de Dios y una gran maestra para mí en esta pequeña misión que voy transitando.
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