Josué, tiene 7 años, le encanta gritar y correr por todo el pasaje hasta atrapar a su gato. Pero hace poco descubrí la única cosa que puede dejarlo tranquilo por lo menos por media hora: rezar el rosario. El se entusiasmó muchísimo al ver una imagen de María y aprender a rezar. Fue toda una novedad, ya que su familia es evangélica, pero este pequeño gesto de vernos a través de la puerta rezando cada día, lo movió a querer aprender. Ahora pasa todo el día en nuestra puerta sin remera, pero cuando llega la hora del rosario va hasta su casa, se cambia y vuelve listo para rezar.
“Todos ellos íntimamente unidos se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.”
Hch 1, 14
Josué me hizo volver a ver el rosario como una novedad, las imágenes de María como un regalo y sobre todo la oración como un puente para invitar a otros e interceder como él lo hace cada vez pidiendo por su familia.
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