Quisiera compartirles un encuentro muy especial que, Dios mediante, pude presenciar durante el tiempo en Valparaíso.
Ya era el mediodía, Felipe había preparado el almuerzo, y la casa estaba lista para recibir a nuestra invitada. Cuando me asomo por la ventana la veo llegar: era María acompañada de una amiga. Las invito a pasar. Ella estaba temblorosa y con su mirada temerosa. ¿Qué hacer? Pedir la gracia para poder acompañarla, ofrecer un vaso con agua, escucharla atentamente, invitarlas a pasar a la mesa. La respuesta de su amiga fue sencilla y contundente: “¿Podemos pasar a la capilla?”. Entramos a la capilla, rezamos unos minutos en silencio y cuando María logró serenarse volvimos al comedor para compartir el almuerzo. Tuve la gracia de presenciar este momento tan sublime, tan íntimo.
Fue un almuerzo tranquilo, pero ella no pudo probar un bocado, necesitaba tiempo: para poner en palabras lo que estaba viviendo, para estar en silencio, para expresar su dolor a través de las lágrimas.
El encuentro terminó con el rezo del Rosario, y al despedirse, ya un poco mas serena nos dijo: “Esto era lo que necesitaba”.
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