Como les había dicho la pandemia no nos dio tiempo de conocer mucha gente ni a los vecinos del lugar, pero si algunos rostros que se repetían en las misas de la mañana, antes de que llegara la cuarentena. Uno de esos rostros es el de la señora Tina, ella es discreta, silenciosa, nadie la percibe. Ella me impactó ya que estaba siempre sentada en el mismo lugar con su rosario entre las manos. Un día la vi afuera de la capilla parada, esperando, rezando; me pregunté por qué no estaría adentro. Cuando entré en la capilla, era simplemente que las otras abuelas hablaban mucho y fuerte, eso debe haberla perturbado.
Cuando la pandemia empezó, las iglesias se cerraron, no más misas públicas, no más abuelitas. Un día vemos a la señora Tina entrar en la iglesia. ¿Pero cómo hizo para entrar? ¿Atravesó las paredes? Terminada la misa, nos fuimos, ella se quedó con su rosario en la mano, rezando, sola. Luego desapareció. Fue un misterio el no saber cómo había entrado. Finalmente al próximo domingo pasó igual. La señora Tina no es un espíritu que atraviesa paredes sino que se las ingeniaba para entrar por el “comedor solidario” que funcionaba los domingos y las señoras que cocinaban ahí ya la conocían. La señora Tina se volvió mi consentida sin que ella lo sepa, ella se aferra a su rosario y su muleta y logra averiguar todos los horarios de misa de la semana. Para mi ella es una de estas mujeres de las cuales escribe Romano Guardini:
“Ciertamente la participación de las mujeres en la oración ha sido siempre muy importante. Cuando al final de los tiempos, quede de manifiesto lo que influyó en la vida de la humanidad y en la vida de cada persona, lo que sostuvo a otros y lo que fue sostenido por ellos, lo que se mostró eficaz y lo que, sin esta eficacia, se hubiera extraviado y desorientado, entonces se manifestara hasta qué punto las actividades, las luchas y creaciones de los hombres fue hecho posible por la oración oculta de las mujeres.”
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