Finalmente cerramos nuestro día con la Adoración en nuestra capilla. Nuestro plan era adorar por la mañana, como lo hacemos cada día, pero entendí al final del día, de rodillas ante el Santísimo Sacramento, que nada de lo que viví ese día, ni siquiera mi propio cansancio, me pertenecía. Dios me regaló ese momento de intimidad con Él para dejar en sus divinas manos la vida de B., de Graciela, de Rosa, de los niños… mi vida; y dejó una vez más en mí, esa certeza de que estoy hecha para amar, y que cada vez que respondo a esa bella exigencia del corazón, Él puede revelarse en aquellos que hoy necesitan ser saciados por su Amor.
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