Los domingos abrimos la casa especialmente para los jóvenes que deseen venir. Al principio comenzamos con algunos de nuestros chicos que en estos 7 años crecieron, pero últimamente también se están acercando jóvenes nuevos, muchos de los cuales no conocen nada sobre la fe. A veces llegan antes de la hora y aún estamos en la capilla rezando Vísperas. Ellos se suman sin ningún problema, balbucean los salmos, mientras se sientan o se ponen de pie siguiendo nuestro ritmo. Nada se impone, pero la amistad les hace querer participar de estos gestos, de estos signos externos que son tan nuestros. Y después, esa amistad se vive en los juegos, cantos, dinámicas, y en todas las risas compartidas. Este espacio para muchos es un espacio nuevo, una tierra de compasión que no tienen ni en la casa ni en la escuela.
A veces vienen desde otro barrio, llueva o truene están aquí, como si en nuestra casa encontrarán donde respirar: “es tan triste comer siempre solo, estudiar solo, sentirse tan solo”, nos confía uno de ellos.
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