
Conocer a Alberto reforzó en mí la importancia de estar presente para alguien. Fuimos un mediodía al apostolado del comedor con Sofí y, mientras charlaba con un señor, le pregunté su nombre: Alberto. Comenzamos a hablar, pero noté que él solo respondía sin hacerme preguntas. Por un momento, pensé en buscar otra conversación, sintiendo que perdía el tiempo. Sin embargo, una vocecita interior me instó a quedarme, y así lo hice. Continué haciendo preguntas hasta que llegó la hora de su comida, nos despedimos y nos fuimos.
Dos días después, regresé sin expectativas de encontrarme con Alberto, pero para mi sorpresa, me saludó con una alegría diciéndome: '¡Flopy, Flopy!' Ese gesto marcó profundamente mi corazón y me hizo comprender lo importante que es ser una presencia para los demás. Simplemente estar allí, sin importar cómo me sienta, sino estar allí para esa persona que tal vez no tenga a nadie con quien hablar o simplemente necesite compañía.
Realmente quiero ser esa presencia, estar allí, sin centrarme en mis necesidades ni en mí mismo, incluso si la otra persona no me dirige la palabra. A menudo, un gesto, una palabra o una sonrisa valen más que mantener una conversación continua. Ojalá siempre recuerde esto, y si lo olvido, que me envíen más personas como Alberto para recordármelo.
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