Dona N es una mujer muy trabajadora y luchadora, como muchas mujeres baianas que conocí. Ella tiene una fe muy grande. A pesar de la muerte de sus hijos y de su esposo, nunca dejó de poner la confianza en Dios y permanecer en Él. Todos los días reza el rosario, mira la misa por tele y los domingos va a la parroquia. Ella ayuda desde hace años a los vecinos del barrio que sufren carencias y necesidades y también, a pesar de sus llagas en carne viva por una enfermedad de la piel, de sus problemas de corazón y vista, no deja de sacarnos sonrisas ni pierde la alegría. Ella me muestra que si le permitimos a Dios transformar nuestro dolor en amor, se vuelve un amor verdadero: dar nuestra vida para los demás… al igual que Jesús lo hizo por nosotros en la cruz sufriendo, pero, sobre todo, amándonos hasta el final.
En su rostro puedo encontrar esa luz de la simpleza que irradia la caridad, esa fe inquebrantable, que mata hasta los más grandes "Goliat" de la duda; una esperanza que espera hasta lo menos esperado: todo eso y más.
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