Recuerdo que, la primera vez que la bañé, mi corazón se emocionó y sorprendió mucho, por ver la confianza y entrega de ella con nosotras, ya que éramos dos desconocidas que estaban lavando su cuerpo y ella, sin quejarse, con gratitud y fe, sonriendo, nos decía que éramos “bendiciones que el Señor le mandaba en ese momento de su vida”.
El Señor me dejó contemplar, en ese momento, las mujeres que lo acompañaban camino al Calvario, cuando cae y su rostro es lavado; una no se siente digna de tal acontecimiento, su mirada de angustia de tantos días de soledad y de todos los años de vida que pasaron en la espera... pero su sonrisa, me impulsó y se me llenaron los ojos de lágrimas de emoción La última vez que la vi, sentí que era la última, la abracé fuerte y le di un beso en la frente, como un signo de agradecimiento, era lo único que podía hacer; lo único que tenía en mis manos, un beso y un fuerte abrazo de despedida.
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