Un día con mi comunidad, tuvimos la oportunidad de ir a visitarla, ella actualmente se encuentra en situación de calle, y vive en el Hogar de Cristo de Valparaíso. Al encontrarnos con ella, su rostro rebalsaba de alegría y su emoción se reflejó en las lágrimas. Como no podía salir, nos quedamos compartiendo el momento ahí, pegados a la puerta, sentados en la vereda. Teníamos un poco menos de tres horas ya que los permisos no nos habilitaban para más tiempo. La hora pasó súper rápido y quedó en un segundo plano ya que me encontraba frente a una cruz muy grande, cargada y marcada por su pasado, por la delincuencia, por la droga,... Estaba ante el mismo Dios cargando la cruz y en ese mismo momento su dolor se reflejó en mis lágrimas. Me sentí como María a los pies de la cruz, sentía ese dolor que sintió ella, sentía en mis lágrimas la angustia, la bronca y hasta sentí ira por no poder hacer nada para que su cruz sea más liviana. Sólo podía estar ahí, al pie de su cruz para acompañarla, consolarla, brindarle todo el amor de Cristo y ser esa pequeña luz en su corazón. Después de estar hablando por un largo rato, después de contarnos toda su dura vida, vi una persona que estaba completamente entregada a Dios, que confiaba plenamente en Él hasta en los momentos donde se sentía abandonada.
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