Elio, es una persona que no deja a nadie indiferente. También nos gusta llamarlo el profeta, porque en medio de la tormenta que provoca, de repente le dice una palabra sabia que nos deja pensativos.
Tenemos la costumbre de celebrar su cumpleaños, pero de año en año, la fiesta va tomando mayor magnitud. Desde enero, él comenzó a hablarnos del evento y a organizarlo. Elio viene más o menos cada 15 días y cada vez, repetía las mismas preguntas para asegurarse de que la fiesta se organizara como él quería: en nuestra casa y con el pastel hecho por Flopy (una ex voluntaria uruguaya que ahora trabaja como pastelera). El resto de la comida, la repartió según una lista de invitados que aumentaba con el pasar de las semanas: Elio invitaba a diestra y siniestra, a cercanos (¡que son muchos!) y a menos cercanos; a veces diciéndoles que me pidieran permiso.
En los últimos días, abandonamos la idea de controlar la organización y todo se dio de la mejor manera posible. El día fue magnífico y pudimos instalarnos en el jardín. A su llegada, Elio quiso trabajar como de costumbre, le gusta ayudarnos a recoger la basura de nuestra acera o cualquier otro trabajo en el jardín que sea un poco físico. Luego se ducha y lava su ropa. Después llega la tan esperada hora de la comida, ¡su momento favorito! Ese día no podía quedarse quieto, ¡recibía a tanta gente! Éramos casi una veintena a su alrededor.
Gracias a Elio, llegaron a la casa amigos que vemos poco, su presencia nos unió a todos de una manera hermosa. Hubo mucha alegría y risas e incluso algunas lágrimas cuando Elio se puso a rezar en voz alta durante el rosario, agradeciendo y pidiendo por aquellos a quienes ama.
Por mi parte, me conmovió enormemente ver a todas estas personas dedicar su domingo a Elio y venir hasta nuestra casa (la mayoría venía de otros barrios de la ciudad). Elio, en su pobreza, si se lo mira a los ojos del mundo, logró una unión de las más sorprendentes y verdaderas; la alegría que reinaba testimoniaba de ello.
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