En este jardín de infantes del amor, donde uno siempre regresa a lo esencial, siento que mi mayor aprendizaje es VIVIR EN COMUNIDAD. Vivir en comunión, con personas completamente diferentes a mí en todos los aspectos posibles, para lograr experimentar la comunión con Dios.
Cuando salí de misión pensé que lo más difícil sería construir los vínculos con los amigos; pero aquí me he dado cuenta que aquello que me parecía fácil, la vida comunitaria, no lo era tanto. La propia casa es la mayor escuela y las hermanas de comunidad las mejores maestras. Aquí uno aprende sobre tolerancia, paciencia, servicio, humildad, compañerismo, empatía, respeto, silencio, sacrificio; en fin, es el AMOR, que nos enseña a renunciar a nosotros mismos, a nuestro ego, a nuestra soberbia, a nuestros intereses propios; porque sabemos que es ese AMOR el que hace nuevas todas las cosas y con el cual podemos llegar a un bien mayor. Un bien mayor no para nosotras sino para ese Dios que se esconde en cada uno de nuestros amigos.
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