María, con 96 años, no se explica por qué sigue en esta vida, después de que sus hijos y su esposo hayan fallecido hace ya muchos años. Aunque para ella es un misterio por qué Dios la tiene aún en este mundo estoy segura que ella alivia el corazon de tantas otras madres del mundo que padecen y no encuentran consuelo. María reza y ofrece incesantemente su dolor al Único que lo puede explicar todo.
Cuando la visitamos encendemos la radio para disfrutar de buena música, ella nos brinda el té y las galletitas como gesto de alegría por tenernos en su casa. Tiene ademas una libreta con la lista de los misioneros que nos muestra cada vez reconociendo en ellos una amistad y una presencia que marcaron su vida. A veces vamos con ella a pasear por la vereda, tomada de nuestros brazos. Esas pequeñas cosas, son las que misteriosamente siguen dando un sentido a su vida, porque esas pequeñas cosas que parecen insignificantes, lo son todo para mí… para nosotros. Ella no puede imaginar cuánta revolución genera en el corazón de quienes la encontramos y la miramos. María tiene para dar mucho más de lo que piensa: tiene a Cristo, encarnado en el centro de su vida y de su cruz, a ese Cristo que se da junto con ella; en su dolor incomprensible. Cristo se da y hace nuevas todas las cosas, hace nuevos nuestros corazones, hace nuevo mi corazón en cada encuentro con ella.

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